A principios de esta semana tuve la ocasión de
visitar Art, dos punts, en el MACBA, siendo una exposición que guarda su
otra mitad en el CaixaForum. La definen como una vivencia del arte contemporáneo
en Barcelona. Yo aún me pregunto si realmente fue una experiencia válida o,
como llevo meses pensando desde que la inauguraron, si es simplemente un
conglomerado de obras sin linealidad alguna con la única pretensión de hacer
caja. Cierto es que mi paso por allí fue realmente breve pero si tuvo algún uso
es para dar lugar a la entrada de hoy que nada tiene que ver con mi crítica a
la exposición en sí.
Una suerte fue encontrarme con una instalación de
la que ya tenía alguna referencia y que en absoluto sabía que allí estaría. La
obra en cuestión es La naturaleza de la ilusión visual, de Juan Muñoz.
Juan Muñoz La naturaleza de la ilusión visual 1994 - 1997 |
En una gran sala en penumbra, cuatro personajes
escultóricos colocados seguramente de forma estratégica se repartían por el
espacio, iluminados de forma cenital, frente a una cortina que podríamos
considerar como hiperrealista, es decir, pintada pero con una sensación de
realidad terrible. Más allá de cualquier especulación sobre el significado de
la obra, lo que debe destacarse de ella es el fuerte componente narrativo que Juan
Muñoz le inyecta. Es esa teatralidad de la cortina junto con los asiáticos
hombrecillos sonrientes lo que nos quiere contar algo. Y por ello me senté un momento
a contemplar lo que pasaba.
Durante unos segundos, las esculturas, la cortina,
un encargado del museo –al que aleatoriamente llamaré Mateo– y yo, compartimos
un espacio y el instante previo a una historia. Pero fue en el momento en que entraron otros
visitantes cuando empecé a percibir lo que había estado esperando. Cual
espectadores, aquellos que acababan de entrar en la sala se mantenían a la expectativa
de que algo sucediera. Supongo que la sensación de teatro que había en el lugar
les hizo pensar que ellos debían esperar y no actuar. No sé si de forma
intencionada, Mateo se avanzó hacia una de las esculturas y acto seguido, los
allí presentes empezaron a moverse. Es decir, el hecho de que alguien inicie la
interacción con la obra provoca que el grupo lo haga. Fue ahí cuando
decidieron acercarse a contemplar a los componentes escultóricos.
Incluso una de ellos se atrevió a tocar la aparente cortina para asegurarse de
que era pintura y no tela.
Desde mi posición
de voyeur me di cuenta de cómo funcionamos. La gente camina en los
museos con una cierta indiferencia a lo que ve. Se topan con una instalación
que derrocha escepticismo, espectáculo, magia –como el propio Juan Muñoz lo
denominaba– y se mantienen impasibles. Es como si no fuera con ellos, como si
la obra hubiera llegado allí y no ellos los que hubieran llegado a la obra. Ante
sus ojos había un debate sobre lo que es real y lo que no. Incluso el propio
ojo sufre en la sala una dualidad que obliga a creer y sospechar de él en un
mismo instante. Se gesta un debate que lo inunda todo. La obra tiene el poder
de golpear mientras grita: «¿Soy o no soy? ¿Existo? ¿Existes tú?». Y el público,
por llamarlo de alguna forma, se queda ahí quieto.
¿Qué hubiera
pasado si nuestro llamado Mateo no se hubiera movido de su posición? ¿Hay que
contratar a Mateo para que acompañe a esta y a otras instalaciones y así la
sociedad responda oportunamente a la obra? ¿Habrá Mateos infiltrados en los
grupos de visitantes a museos para que se llegue a captar lo que el artista nos
dice? Es terrible pensar que la dedicación de un artista como Juan Muñoz quede
bloqueada por la impasibilidad del espectador a reaccionar a la instalación. Cada
día estoy más convencido de que el público general es totalmente impasible. El miedo
a la obra ya no existe. Hemos visto muchísimas cosas y somos capaces de
atrevernos con todo. Si hay una razón por la cual ese grupo decidió que era la
obra la que hacía algo cuando eran ellos los que debían hacer primero es porque
estamos involucionando a una categoría de seres que se limitan a recibir y a no
crear. La mente de los humanos se está empequeñeciendo. No es que el arte
contemporáneo sea complicado, es que la sociedad contemporánea es demasiado fácil.
Charlie W.
Soy un desastre, ¡al final me la perdí!
ResponderEliminarCreo que no valía mucho la pena, no te perdiste nada, a pesar de tener algunas obras buenas. Pero no había un planteamiento general.
Eliminar