A diario escucho expresiones del tipo «¿Pero cómo puede pasar esto a día de hoy? ¡Si estamos
en el siglo XXI!». Parece ser que los nacidos antes de la llegada del euro, de la
catástrofe cibernética que provocaría el cambio de milenio y del fin del mundo maya, pensábamos
que el nuevo siglo traería por fin el sosiego y la armonía y que las libertades
serían respetadas. ¡Ja! Me río yo de los pronósticos de los años noventa. El
resurgimiento de los conflictos en la Europa del Este, el nacimiento del Estado
Islámico, la perversión de los gobiernos de Cuba o China o la
patética situación de los ciudadanos de España, Italia o Grecia frente a
gobiernos corruptos. Todo ello combate, al mismo tiempo, contra los que intentan
extraer la verdad de un mundo que ya no parece tan nuestro. En los últimos años
se han conocido una cantidad bárbara de casos de censura que posiblemente
habrían quedado ocultos de no ser por la actual facilidad de transmisión de la
información. Y como el arte es uno de los primeros lugares que se ve afectado
por el intento de ser silenciado, hoy traigo cinco casos de censura que,
desgraciadamente, son demasiado cercanos en el tiempo.
Piotr
Pavlenski, Sin título, 2014
Si por algo se
han caracterizado los gobiernos rusos desde la época del zarismo hasta Putin, pasando
por el comunismo y los años posteriores a la caída de la URSS, es por el
control absoluto de la población. Es hiriente que un país tan ricamente
cultural –soy un enamorado de la estética eslava– se haya dedicado a perseguir,
torturar y asesinar a aquellos que no confesaban con los líderes del momento.
Es lo que le ha pasado a Piotr Pavlenski, conocido en los medios
internacionales como el loco que se clavó los testículos en la Plaza Roja de
Moscú. Con este acto, el artista consideraba que los rusos estaban anclados al
Kremlin, que las personas se habían convertido en estatuas resignadas a lo
arbitrario del poder. Sus actos de denuncia también han pasado por cortarse
una oreja, coserse la boca o enrollarse en alambre de púas. La violencia de sus
acciones recae en el intento de llegar a la prensa internacional para denunciar
la situación de Rusia. Su trabajo se viene abajo cuando se le ve como a un
tarado, con tal de no molestar a las delegaciones que esa nación helada tiene
repartidas por medio mundo. No sea que vayamos a formar un conflicto por hablar
claro.
Megumi
Igarashi, Pussyboat, 2014
Es probable que
el caso de Rokudenashiko, la chica mala, como le gusta apodarse, sea
ampliamente conocido porque no pasó hace más de seis meses. Mujer japonesa es
detenida por repartir una plantilla de su vagina para crear un molde en 3D.
Algo así dirían los periódicos de aquel día. Sensacionalismo duro, es lo que
nos va, al nivel del artista anterior. Megumi había mandado a unas treinta personas el molde de su vagina
cuando fue detenida con su última creación: una canoa que emulaba,
evidentemente, sus genitales. Esta semana leía la noticia de que Tokio ha sido
considerada la ciudad más segura del mundo. Debe ser por cosas como estas. La
legislación prohíbe distribuir material indecente. Por eso Japón no se
caracteriza en absoluto por el manga y el anime con un alto contenido sexual,
los juguetes eróticos, los clubs de alterne, el vestuario y los disfraces que
enseñan más que tapan… Ah, un momento… Quizás todo ese material sí estaba
autorizado. La realidad es clara: el hombre japonés puede poseer la vagina que
su gobierno decida, no la que quiera una ciudadana.
Pedro Pablo
Oliva, Utopías y disidencias, 2014
Ante todo, debo
decir que no conocía el caso de este artista pero entra
perfectamente en el tema que hoy trato. Al hablar de Cuba es imposible no
pensar en la censura, en particular en la reclusión y silencio que tuvo que
sufrir la bloguera Yoani Sánchez. Precisamente es amiga de Pedro Pablo Oliva. Y
resulta curioso que teniendo estas relaciones con una disidente y tocando temas
que parecen tan delicados en el régimen castrista, se le otorgara el Premio
Nacional de Artes Plásticas en el año 2006, para recientemente censurarlo por
haber elaborado una exposición que trataba sus tópicos habituales: pensar en la
utopía, disidir, hablar libremente, no fiarse de lo que a uno le dice el gobierno… Pues
resultó que justo antes de inaugurar Utopías y disidencias se consideró que
el contexto cubano no ofrecía la garantía de condiciones favorables. Vaya, que
su obra no era adecuada para con el régimen y que no se le permitía exponerla.
A saber en qué desembocan las sorprendentes nuevas relaciones entre Cuba y los
Estados Unidos pero si no es realmente el pueblo cubano el que se levanta
contra su gobierno, únicamente vivirán un cambio de imposición de poderes.
Ausín Sáinz, No
apta para todos los públicos, 2014
Quizás esta es
la exposición censurada que más revuelo mediático ha tenido en este país.
Sucedió en 2014, hace justo un año, cosa que ya denota el estado de la nación.
El artista Ausín Sáinz elaboró un conjunto de obras alrededor de lo podrido que
está el sistema español y hubo dos en concreto que no se toleraron por parte de
las instituciones del estado. En una de ellas había representado a Mariano
Rajoy y Luis Bárcenas aguantando entre los dos una patata con la frente, al
tiempo que el presidente del gobierno era coronado con una mierda. En el otro
lienzo, la infanta Cristina, con mantilla y peineta, y una banda con los
colores de la patria también lucía un tocado de excrementos. El Ayuntamiento de
Salamanca, lugar donde se exponían las obras y con mayoría del Partido Popular,
decidió cual deus ex machina, que no eran pertinentes. Mientras Ausín
Sáinz era retenido por la policía, unos técnicos desmontaban la exposición –que
el propio artista había tenido que montar anteriormente él mismo– y dejaron sus obras en
la calle, bajo la lluvia, entre cartones, hasta que se cansaron de tratarlo
como a un terrorista, que es lo que suelen hacer las fuerzas de seguridad del
estado, aquellas que velan por todos nosotros.
Camila Cañeque,
Sin título, 2013
Este es,
posiblemente, el acto de censura que más me haya molestado, y tiene que ver
mucho con el caso anterior. En la edición de 2013 de ARCOmadrid, la feria
española de arte contemporáneo, una artista espontánea decidió realizar una
acción: vestida con un traje de flamenca, se tumbó en el suelo, cubriéndose la
cara con el pelo, y dejó junto a ella un abanico, un mantón, un ramo de
claveles y unas hojas del Romancero gitano. España había muerto. La
documentación del acto se resume a algunas fotografías esporádicas, puesto que
no duró más de diez minutos allí, antes de que el personal de seguridad la
expulsara del recinto. Aquello que no pasa por jurisprudencia no vale. En un
espacio donde no importa la obra sino la suma de dinero que cuesta, una acción
gratuita que no se puede comprar debe ser retirada. Quizás si hubiera ido de la
mano de un galerista lo hubieran tolerado para posteriormente pedir perdón
desde la dirección de ARCOmadrid por las sensibilidades que pudiera herir
Camila. Sólo un año antes ya lo habían hecho a la Fundación Francisco Franco
por la escultura de Eugenio Merino. En este país de conejos, si estás de su
parte, sobrevives; si no, te retuercen el pescuezo. Camila Cañeque intentó mostrar que España
había muerto, pero es que España siempre ha estado muerta.
Charlie W.