El pasado 13 de noviembre saltaba la noticia: el
tríptico en el que Francis Bacon había retratado a Lucian Freud (Tres
estudios de Lucian Freud) se subastaba por más de 142 millones de dólares, un
récord que la convierte en la sexta obra más cara de arte contemporáneo a día
de hoy. No seré yo el que cuestione la obra de Bacon pero lo que sí vengo a
poner en duda es su precio. ¿Es real el valor monetario que se le ha otorgado a
esta obra o es tan sólo un producto más de la especulación?
Vivimos en una época de la firma. Lejos queda una
época dorada del arte contemporáneo en la que Peggy Guggenheim se paseaba por
medio mundo comprando a diario obras tanto de artistas reconocidos como de
anónimos emergentes. Ahora no interesa el arte sin nombre, no tiene valor.
Sirviéndome de la estadística, ciencia que detesto por su terrible inexactitud,
podría afirmar que el 99% de la población mundial únicamente conoce a los
artistas más caros. Dejémoslo quizás en el 98%, no seamos tan negativos.
En un mundo controlado por el dinero –y sin tomar
esta frase manida como algo peyorativo– la entrada en el mundo del arte de
multinacionales y bancas ha hecho surgir la figura del
coleccionista-especulador. Podríamos definirlo como aquel que se pavonea por
las bienales, asiste a las exposiciones de la alta clase artística y se jacta
de ser poseedor de obras de Pollock, Picasso, Warhol o Willem De Kooning. Con
suerte sabrá diferenciar unos autores de otros. La obsesión por conseguir el
mayor número de obras mejor cotizadas le convertirá en un fetichista. A su vez,
jóvenes autores poco conocidos y quizás con buen talento serán capaces de
montar una performance en la que asesinan a su madre si eso les lleva a
venderle una obra.
Muchas veces, está imagen de “artólico” (concepto
elaborado por el mayor de ellos, Charles Saatchi) es tan sólo un lienzo
engañoso que se autoimponen para ocultar la realidad de esas compras
estratosféricas. Invertir en arte contemporáneo supone una ayuda para que las
grandes fortunas evadan el impuesto sobre el capital. Este arte no tiene un
seguimiento tan riguroso como puede pasar con un arte más clásico y mucho más
consolidado. El arte contemporáneo tiene la potestad de viajar por todo el
mundo, inflando su precio mientras salta de país en país hasta que se le pierde
la pista y un día reaparece con unas cifras estratosféricas. Ahí está el
negocio. Estos coleccionistas revientan el mercado consiguiendo elevados
beneficios y bloqueando una reventa por dotar a las obras de un precio
incalculable.
Balloon dog (Orange) Jeff Koons |
Es complicado saber de donde surge el valor real
pero Angela Vettese apunta cuatro requisitos en su ensayo El arte
contemporáneo. Entre el negocio y el lenguaje. Para Angela, el precio de
una obra se establece a partir de la rareza de esta, el interés que genera, la
fama que adquiere y la comparación con otras del mismo autor o del mismo
estilo. En base a esto, podemos entender, pues, que el precio del arte es
totalmente aleatorio y se establece de una forma totalmente subjetiva. La Capilla
Sixtina tiene un valor incalculable por la absoluta dedicación, el gasto de
materiales, la precisión técnica y el diseño milimétrico que realizó Miguel
Ángel. Pero una obra como Balloon dog (Orange) de Jeff Koons (vendida
por más de 58 millones de dólares en la subasta anteriormente citada) tiene un
precio en base a que el Pop Art se está volviendo a imponer y Koons es de los
pocos que quedan vivos de entonces.
El mercado del arte contemporáneo está permitiendo
que centenares de coleccionistas con un conocimiento artístico cuestionable
jueguen a vender y comprar obras como si se tratara de una diversión. ¿Dónde
queda la posibilidad de que el artista iniciático se haga ver? ¿Cómo puede
llegar un enamorado del arte de clase media a adquirir una obra que vale una
millonada? No estoy diciendo que estemos perdiendo al nuevo Dalí o que
cualquiera pueda comprar una de las versiones de El grito de Munch. Siempre
habrá un arte imperante y consolidado, un arte que deba tener un gran valor por
su contribución en la Historia del Arte. Hasta el día de hoy, Los jugadores
de cartas de Cézanne son la obra más cara jamás vendida, con un precio de
más de 250 millones de dólares. Y quizás no sea su precio real, o sí, quién
sabe.
Untitled #92 Cindy Sherman |
Lo que pretendo decir es que hemos llegado al
punto en que aceptamos la facilidad en que el arte es reproducible y no nos
damos cuenta de que su precio es desorbitado. No es cabal que una fotografía de
Cindy Sherman se subastara por más de dos millones de dólares cuando se pueden
expedir infinitas copias de la misma. Por supuesto que el original debe tener
un precio más elevado; el artista ha realizado un trabajo y se ve recompensado
no únicamente con la aceptación del público, sino en su bolsillo. Pero si lo
que pretendía la modernidad era crear un arte más cercano a la masa, siendo el
grueso de la sociedad el protagonista del objeto artístico, esta se ve
desplazada por la incapacidad de llegar a él, tanto en la creación como en la
adquisición. Quizás, y digo quizás, artistas incipientes y público general
deberían aprender a hacer una compra-venta que no pasara por las manos de
instituciones, multinacionales, bancas y eufóricos coleccionistas. Quizás así
conseguiríamos saber el precio real del arte.
Charlie W.
Os dejo el link
a la noticia reseñada por El País de la subasta que trato en esta entrada.
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