Hace
unas semanas, inspirado por la obra de Juan Muñoz, intenté crear un
discurso acerca del bloqueo del diálogo artístico. Observando La
naturaleza de la ilusión visual pude intuir que el público
acostumbraba a no saber comportarse ante una instalación. Hay
artistas que elaboran propuestas que necesitan de la respuesta del
espectador, que se crean con la intención de que este toque, sienta,
actúe. Con el arte contemporáneo se rompió la barrera entre obra y
persona, de forma que se podían establecer diálogos entre las dos.
Atribuí la nula respuesta de la gente ante la obra que he citado
anteriormente a la simpleza mental que está adquiriendo la sociedad.
Pero quizás no es suya toda la culpa.
El
pasado jueves tuve ocasión de visitar las creaciones de Ernesto Neto
en el Museo Guggenheim de Bilbao. La propuesta era atrayente, a la
par que curiosa: el artista pretende que sus obras se atraviesen, se
habiten, se sientan, para que el espectador experimente con su propio
cuerpo aquello que puede haber en común a todos los seres humanos.
Considero que es complicado intentar sacar los instintos primarios al
público actual pero como me atrevo con todo, supuse que algo debería
extraer de la visita.
Ernesto Neto El cuerpo que cae femenino 2006 |
Nada
más llegar, la exposición ya parecía haber cumplido con lo que
decía: una enorme masa de tejido blanco se desprendía desde el
techo del atrio, como si litros de pasta de dientes cayeran sobre el
museo. El espectador podía tumbarse en unas hamacas y mirar hacia el
techo con unos prismáticos, supongo que para enfatizar el sentido de
caída y para adentrarse más en la obra. Listo, ¿no? Ya está. Es
una forma fácil de atraer a los visitantes a ver la exposición
desde otra perspectiva. Ernesto Neto lo estaba poniendo fácil y a mí
me pareció que la cosa funcionaba. De momento.
Mis
expectativas eran demasiado altas. En el piso superior del
Guggenheim, las salas se inundaban con los tejidos de ganchillo de
Ernesto Neto, con esa obsesiva tendencia del museo por ocupar todo el
espacio, correspondida, por supuesto, por la exposición. Con Tambor,
se pretendía que los visitantes utilizaran los instrumentos
musicales distribuidos por la sala. Pero nadie hacía nada. El
público se limitaba a entrar, rodear el piano central y volver a
salir. Aquí está. De nuevo, nadie se atrevía a tocar la obra. Así
es como se pierde el sentido. En el momento en que la mano del
espectador debe entrar en contacto con la creación artística, se
produce un bloqueo, como si hubiese un temor a hacer algo indebido.
Esto también lo comprobé en otra de las salas, en La casa de los
sueños, cuando se permitía entrar en una construcción de tela
y los espectadores evitaban cualquier contacto con las paredes. Se me
hace difícil comprender cómo se siente el público incapaz de
formar parte de la obra en un caso como este mientras que ante una
obra como Las Meninas, por ejemplo, prácticamente se pelean
por estar a centímetros de ella.
Ernesto Neto Tambor 2010 |
Pero
en la siguiente sala descubrí que no todo era cosa de los
visitantes. Ahora se proponía algo dinámico: en un espacio
delimitado se repartían diferentes objetos que cualquiera podía
llevarse si dejaba otro elemento a cambio. Bien, es un gran acierto.
A la gente le encanta este tipo de cosas. Pero creo que al museo no
tanto. Mientras que Ernesto Neto proponía un trueque libre, los
carteles de la exposición avisaban de que sólo podía hacerse el
intercambio a través del personal del museo y en los días
señalados. ¿Qué sentido tiene, entonces, romper la interacción?
¿No se supone que el artista está dejando rienda suelta a los
visitantes? Al inicio de este sensorial viaje se nos había anunciado
que se pretendía descubrir lo común en todos los seres humanos. Yo
entiendo, por tanto, que en todos está la capacidad de dejar y
llevarse objetos sin que pueda romperse el desarrollo de la obra. De
hecho, la propuesta del artista ni siquiera necesita de la
intervención de este. El público pasa a ser el creador pero la
institución no le deja.
Por
tanto, ¿cuándo descubrí que la exposición podía funcionar? En Cielo bosque. Un gran número de cojines colocados en círculo
rodeaban un pequeño grupo de velas encendidas.
Ernesto Neto Cielo bosque 2013 |
La sala tenía una
esencia chamánica escondida. Sólo saldría a la luz cuando la obra
se pusiera en marcha. ¡Y sucedió! Una pareja decidió coger los
instrumentos que habían repartidos por el espacio y, sin mucha idea
de lo que hacían, se pusieron a tocar. Por fin tenía sentido. El
público estaba actuando libremente, como les había permitido el
artista, sin miedo a hacer algo que disgustara al personal del museo.
Ernesto Neto había creado algo con un carácter que tiende a lo
sublime. Hay algo muy mágico que invade la sala cuando el público
hace sonar la música. Y estoy seguro de que es eso lo que quería el
artista.
Ernesto Neto Nave útero Capilla II 2013 |
El
último espacio tenía que ser la guinda que confirmara lo que
llevaba pensando durante toda la exposición. En esta ocasión, la
obra podía invadir al público. El universo que se había ido
observando se unificaba ahora en un mismo lugar. Los visitantes
podían entrar en una sala construida en su totalidad a partir de
piezas de ganchillo. Pero la interacción tenía un control excesivo.
Una larga cola vigilada por dos sargentas del museo volvía a romper
el diálogo entre la obra y la persona. ¿Qué necesidad hay de
administrar al público de esa forma? Ernesto Neto está dejando a
los visitantes una libertad para actuar en comunidad, unos con otros,
que el museo no está permitiendo. ¿Quién tiene más miedo aquí?
Porque no es otra cosa más que miedo. A deteriorar la creación
artística, a tener que pagar un posible destrozo, a enfadar al
artista con lo que pueda suceder, a aparecer en los medios de
comunicación con una mala crítica, a ser mal mirados por los demás,
a actuar conforme a lo que creemos oportuno. Lo que realmente nos
debería dar miedo es que nosotros mismos podamos llegar a coartar la
libertad que nos ofrece el arte.
Charlie
W.
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