«Los discursos que nos oprimen muy en particular a
las lesbianas, mujeres y a los hombres homosexuales dan por sentado que lo que
funda la sociedad, cualquier sociedad, es la heterosexualidad. […] Estos
discursos de heterosexualidad nos oprimen en la medida en que nos niegan toda
posibilidad de hablar si no es en sus propios términos y todo aquello que los
pone en cuestión es enseguida considerado como “primario”. […] Estos discursos
nos niegan toda posibilidad de crear nuestras propias categorías. Su acción
sobre nosotras es feroz, su tiranía sobre nuestras personas físicas y mentales
es incesante.»
De una forma tan contundente, Monique Wittig
presentaba al mundo su idea acerca del pensamiento heterosexual imperante en
los años 90. Su obra teórica es fundamental dentro del mundo feminista y del
movimiento queer. Lo que nos viene a afirmar es que todo aquel que no
sea hombre y heterosexual no tiene lugar ni en la sociedad ni en el pensamiento. Todo está conformado
mediante estos dos parámetros. Podríamos llegar a incluir que este es, con toda
seguridad, blanco, occidental y de clase media o alta, pero estas otras cuestiones no son el centro de
interés de hoy. Wittig habla de desprenderse del lenguaje opresor, de buscar la
forma en que la sociedad sea totalmente igualitaria. Se deben reformular los
conceptos para que los individuos marginados históricamente tengan un lugar
digno en la sociedad.
Particularmente, yo no incluiría a Monique Wittig
dentro del movimiento feminista porque su pensamiento va más allá, pero sí
entronca –y me sirve de pretexto, todo sea dicho– para presentar a las tres
artistas de las que quiero hablar hoy. Con motivo del Día Internacional de la
Mujer, me ha parecido oportuno dedicar esta entrada a aquellas que, con su
arte, lucharon por la visibilidad de las mujeres en la sociedad. No fueron las
primeras, eso es cierto. Sería descabellado no pensar en Frida Kahlo y Louise
Bourgeois o, incluso, retrocediendo, hasta Berthe Morisot, Artemisia Gentileschi
o más allá de ellas, desconocidas para mí. Todas, en mayor o menor grado,
tuvieron la intención de que el arte fuera también para las mujeres. Pero las
artistas que hoy nos ocupan vivieron una lucha encarnizada, directa,
revolucionaria. No vengo a hablar de feminismo, vengo a reconocer el papel
primordial de tres artistas que hicieron del arte su palabra.
La primera mujer y artista de la que quiero hablar
es Martha Rosler. En concreto, de su obra más famosa: Semióticas de la
cocina. Parodiando a las mujeres, Rosler se puso ante una cámara y durante unos minutos fue presentando los diferentes elementos de la cocina con rabia contenida. A mí siempre me ha parecido la parte oculta de la mujer
americana. En apariencia es esa dulce Dolly o esa adorable Judy que aguarda en casa
a que llegue su marido, rezando porque le guste el puré y no se lo tire a la
cara. Pero por dentro es un león que desea abalanzarse sobre el cabrón que le
ha jodido la vida y arrancarle la cabeza de un mordisco.
Martha Rosler
Semióticas de la cocina
1975
La propia Rosler afirmó que «cuando la mujer
habla, da nombre a su propia opresión». Es la misma idea condenatoria de la
que posteriormente hablaría Wittig. Las mujeres, encerradas en casa, en la
cocina, al cuidado de los niños, al servicio de los maridos. Las mujeres, bien
vestidas, peinadas y aseadas, con una sonrisa complaciente. Las mujeres,
oprimidas, mancilladas, silenciadas, vejadas y olvidadas. Rosler les dice a las
mujeres que ya basta de olla y cuchillo, que ya basta de agachar la cabeza.
Otra de las artistas que intentó dar voz y palabra
a las mujeres fue Barbara Kruger. El hecho de trabajar habitualmente –y
sobretodo en la etapa de los 70 y 80, donde nos vamos a centrar– con el cartelismo del
pop art, ha provocado que su obra esté tan asumida que muchas veces pueda pasar
por alto el mensaje sin llegar a calar. Culpa de la sociedad de consumo, por
supuesto. Su obra, en esta época, acostumbra a seguir unos mismos patrones fácilmente
reconocibles con aquello que está diciendo. Usa un lenguaje propagandístico
directo, claro y cortante. La cultura heterosexual dominante había desmerecido el
papel de las mujeres artistas y Kruger quería reivindicar el lugar que les
tocaba, al mismo tiempo que se quejaba del clasismo, el consumismo o la
libertad del ser en el mundo. La mujer en sí misma es un campo de batalla.
Barbara Kruger Untitled (We don't need another hero) 1987 |
Por último, con una efímera vida pero con una obra
de impacto en pro de la mujer, encontramos a Ana Mendieta. Fue capaz de
fusionar el land art con el body art, llegando a unirse ella
misma con la Naturaleza. Ana va a lo más primitivo del cuerpo y a la zona más mística
del alma, seguramente por influencia de la santería cubana. Sus obras siempre
tuvieron un vínculo entre lo físico y la Madre Tierra, haciendo que la sangre y
el barro fueran una misma cosa. Ahora, toda su obra se encuentra documentada y
encerrada en galerías. Pero sigue ahí, impregnando la Tierra, como si hubiera
querido dejar esas marcas para quedarse siempre. Lo que hizo Ana fue
reivindicar el poder de la mujer unida a esa gran madre capaz de dar vida y
muerte, aquello que va más allá de lo material en los ríos, prados y montañas y
que, de alguna forma, únicamente tienen las mujeres.
Ana Mendieta Siluetas (Serie) 1973 - 1989 |
Siendo tan distintas, Martha, Barbara y Ana son
tres ejemplos de cómo las mujeres artistas decidieron reivindicar su papel en
el mundo. A partir de ellas podríamos encontrar y destacar a otras muchas que
también consiguieron algo con su arte. De alguna forma, ellas fueron el
precedente del gran trabajo que a día de hoy hace FEMEN para que las mujeres
dejen de ser un objeto sin opción a pensar. Son tan sólo un colectivo de los
muchos movimientos que buscan que la mujer decida por sí misma. Al igual que la
banda punk Pussy Riot, el colectivo Pornoterrorista o Itziar Okariz, de la cual
espero poder hablar algún día. Las artistas, al igual que las filósofas, las
científicas o las políticas han puesto su grano de arena en la visibilidad de
la mujer y en su representatividad. Pero que tampoco caiga nunca en el olvido
aquello que también hacen las panaderas, las vendedoras, las dentistas, las
limpiadoras o las periodistas. Es algo que han hecho ellas. Y también es algo
que debemos hacer todos y todas.
Charlie W.
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