A
veces, cuando uno intenta adentrarse en un tipo de cine más complicado que la
comedia romántica o la acción hollywoodiense, se siente desconcertado. Me viene
a la mente, por ejemplo, Nostalghia
(1983) del excepcional Tarkovski. En concreto, quiero dedicar este inicio a la
escena con que se cierra la película: nueve minutos de plano secuencia en los
que un poeta cruza una piscina vacía con la intención de llevar de un lado a
otro una vela encendida. Dos intentos fallidos y un logro final. No vengo a
hablar ni de Tarkovski, ni de Nostalghia,
ni del débil Gorchakov –aunque podría pasarme horas haciéndolo–. A lo que me
refiero es que hace falta una cierta educación previa antes de llegar a este
tipo de obras de arte para no morir del aburrimiento y quedarnos con la idea de
que nos la han colado y que nada tiene sentido. Pero, a veces, hay artistas que se aprovechan del
desconocimiento general para engañar. Y el público, que sigue siendo
tremendamente incauto, se lo acaba creyendo.
Hace
unos días me llegó la noticia que comentaré a continuación. Agradezco, de
antemano, a la gente que me envía estas cosas porque acaban siendo el germen de
algunas entradas como esta. La cuestión es que la web de CBC, un diario online canadiense, publicaba lo siguiente: «Artista de Nueva York crea arte invisible
y los coleccionistas pagan millones». La propuesta era tan simple que basta con
leer las declaraciones de la supuesta artista, Lana Newstrom: «El arte
habla de la imaginación y eso es lo que mi trabajo exige a la gente que
interactúa con él. Deben imaginar que la pintura o la escultura está frente a
ellos». Por si no quedaba suficientemente claro, la noticia iba acompañada de
una imagen en la que se podía ver un grupo de personas fascinadas frente una
pared vacía. Las redes sociales quedaron estupefactas y la noticia corrió a
ritmos frenéticos, llegando a cada ordenador. Al final todo se resolvió: en la
radio de CBC anunciaban que todo
había sido una parodia pensada para un nuevo programa de humor. No llega ni mucho
menos al nivel de Operación Palace de
Jordi Évole pero debe reconocerse que es un puntazo.
Entusiastas del arte admiran las pinturas y esculturas de Newstrom en la Schulberg Gallery en Nueva York, según decía el pie de foto en la web de CBC |
Ahora
bien, a pesar de la sorpresa de miles de internautas, el enfado de algunos por
los desorbitados precios de una obra invisible y los grupos de esnobs que son incapaces
de reconocer lo estúpido de pagar millones por nada, podemos sacar una conclusión:
el mundo es tremendamente ingenuo. ¿Cómo se puede recibir una noticia así, que
sólo ocupaba un par de minutos leerla, y no buscar rápidamente más información
en lugar de extenderla por las redes sociales? Me da rabia aceptar que dentro
del arte contemporáneo hay mucho estafador y mucho sacacuartos que podría llevar a la práctica lo mismo que sucedía con esta broma. Y eso acaba
provocando una mayor desconfianza por parte del público y una imposibilidad de
conocimiento de lo que realmente es el arte actual.
La
semana pasada explicaba lo poco que me había aportado la performance de Marina
Abramović en la Serpentine Gallery.
Después de ver lo sucedido me he dado cuenta de que Marina no quería que
sucediera nada, que no es que yo no hubiera captado el sentido de la acción
sino que no tenía sentido alguno. Daba igual cortar la audición del visitante, cerrar
los ojos y callarse. Si la propuesta hubiera ido en el sentido contrario,
haciendo que la gente corriera, chillara y diera saltos durante horas, el
resultado habría sido el mismo: nada.
Andrea Fraser Projection 2008 |
Todo
esto me permite hablar de algo que me sucedió este verano en la Tate Modern y viene perfectamente a
colación. Me adentré en una sala en la que se proyectaba un vídeo de Andrea
Fraser en el que ella, sentada, se dirigía al espectador y narraba experiencias
vitales. Yo me coloqué en la pared opuesta a la imagen, de pie, dejando libres los
taburetes centrales. Al poco rato, la proyección se apagó pero el audio
continuaba. Así que supuse que aquello no había terminado. Seguidamente,
entraron unos ancianos que fueron directos a sentarse y se quedaron mirándome.
Aluciné. No quise decirles que la proyección empezaría en la otra pantalla. Me
quedé petrificado. Y ellos allí se quedaron un buen rato, mirando y sin decirme
nada. Cuando por fin se fueron, yo esperé unos segundos y justo cuando me di la
vuelta para irme, vi que la proyección estaba ahora en mi lugar. Me había
pasado unos diez minutos allí quieto con Andrea Fraser hablando encima de mi
cuerpo.
Dejando
a un lado lo estúpido que me sentí en aquel momento y la cantidad de salas por
las que pasé corriendo para no mezclarme con el grupo de ancianos, todavía sigo
dándole vueltas a una cosa: ¿llegaron a pensar que yo era parte de todo
aquello? En ningún momento nadie me dijo nada. Yo era consciente de que me
miraban porque pensaban que era parte de la instalación pero tiene mucho más
sentido porque la proyección me estaba iluminando. Con esto no me las quiero dar
de obra de arte, suficiente vergüenza voy a arrastrar el resto de mi vida. ¿Se
hubieran sentido estúpidos aquellos ancianos si yo hubiera decidido marcharme, descubriendo que lo que ellos pensaban que formaba parte de la sala
tan sólo era un tipo despistado? Al
mismo tiempo, ¿cuán estúpidos no se habrán sentido los que, creyendo que la
propuesta de Lana Newstrom tiene una cierta lógica y realmente su obra debe tener un elevado precio, no es más que una burla? La
sociedad dejará de ser engañada en el momento en que ponga fin al arte de no
hacer nada.
Charlie
W.
Muy buen artículo, comparto tu opinión. Definitivamente hay gente que pretende verle la cara a los demás de no se qué, porque ni un tonto soporta muchas de estas cosas. Me molesta cuando se subestima la inteligencia de cualquier ser humano bajo la estampa de "intelectuales" o "académicos". Se me sale el Woody Allen!
ResponderEliminar