Hace un tiempo, a comienzos de junio, decidí dedicar el inicio de
cada mes a una entrada en formato TOP5, es decir, crear una lista de cinco
cosas que tuvieran relación entre sí para que tuvierais la oportunidad de
conocer algunas pinceladas de estas e investigar por vuestra cuenta. Después de
mi retiro veraniego y mi falta de tiempo este octubre, la sección había quedado
desolada hasta hoy. Por eso, a pesar de no ser primero de mes, quiero dedicar
mi entrada a la representación del beso en el arte contemporáneo. Como apunte,
debo decir que no voy a numerar las obras del 1 al 5 como hice la vez anterior porque no quiero que en
ellas se establezca una jerarquía. Las doy tal como vienen. Vamos a ver, pues, cuáles
han sido, bajo mi punto de vista, cinco de los contactos labiales más
intrigantes, pasionales y sorprendentes de los últimos años.
Joan Fontcuberta, El món neix en cada besada, 2014
Comienzo por uno de los besos más recientes y próximos a mí. Se
trata del gigantesco mosaico creado por el artista Joan Fontcuberta colocado
este mismo año en la plaza Isidre Nonell de Barcelona. A partir de 4000 imágenes
sobre cerámica, el artista ha conseguido formar un gran beso en un muro que,
como él mismo define, no debe ser el de las lamentaciones. Con motivo del
Tricentenari, los 300 años desde la caída de Barcelona ante las tropas de
Felipe V, Fontcuberta ha querido mostrar una visión de futuro, un símbolo de
amor y una idea que aquí es tremendamente extendida y parece no acabar de
llegar fuera: que la sociedad catalana –y en especial la ciudad de Barcelona–
está abierta al mundo, a acoger a aquellos que vengan y donde todo el mundo
puede encontrar su lugar. La obra es un gran beso a los que estaban, a los que
están y a los que estarán, y seguro que se convertirá en un nuevo icono de la
ciudad condal.
Dmitri Vrubel¸ Mein Gott hilf mir, diese tödliche Liebe zu
überleben, 1990
A pocos les sonará este título y este artista –yo soy el primero en
desconocer que esta obra se llamaba así–. Pero si hablo de la East Side
Gallery, la larga galería de graffiti sobre el muro de Berlín, y el beso
entre Brezhnev y Honecker, a todo el mundo le viene la misma imagen a la
cabeza. Esta obra tiene su origen en una fotografía de 1979 en que los dos
protagonistas, altos cargos de la República Democrática Alemana (RDA), se
besarían durante el 30 aniversario de esta misma. Aunque es común la idea de
que el artista pretendía hacer una crítica al régimen comunista durante la Guerra
Fría, lo único que quería mostrar era la unión de Europa y Rusia en un beso a
pesar de su separación en la línea de un mapa. Pero leyendo el título (Dios
mío, ayúdame a sobrevivir este amor mortal) no podemos más que pensar que
algo de ironía va implícita en la obra. El estado lamentable del mural llevaría
a Vrubel a repintarlo en el año 2009, con el temor que le provocaba desfigurar
un símbolo mundial que él mismo había creado.
Pierre et Gilles, El beso, c. 1995
No podía faltar esta obra entre los cinco besos que quería
mostraros. Me he aventurado a titularla –aunque estoy bastante seguro de que se
llama así– y a darle una fecha porque he sido incapaz de encontrar su datación,
aunque puedo intuir que se inscribe en la década de los 90. Poco hay que decir:
homoerotismo, libertad sexual, supresión de los prejuicios y universo kitsch.
Creo que la grandeza de esta pareja de artistas franceses recae precisamente en
que no hace falta devanarse los sesos para que el mensaje llegue al espectador.
Por supuesto, estoy totalmente a favor de un arte que intriga y que sobrepasa
al que lo mira. Pero en algo tan real y tan carnal como un beso, y más uno
entre dos hombres con las repercusiones sociales que ello causa todavía a día
de hoy, no hace falta más que lo que se quiere mostrar. Claro que se toman la
licencia de envolverlo todo en un aura barroca y, hasta cierto punto,
cursilona. Pero es que la herencia de James Bidgood, padre de esta estética y
del porno gay artístico, la llevan totalmente arraigada a la piel.
Constantin Brancusi, El beso, 1907
Viajamos ahora a un mundo totalmente opuesto a lo que acabamos de
ver con Pierre et Gilles. Bajo el lema la simplicidad es la complejidad
resuelta, Brancusi dedicaría su obra a encontrar la esencia de las cosas a
partir de su reducción de formas. Por eso encontramos dos figuras
antropomórficas entrelazadas y unidas por sus labios. Cabello, ojos, labios,
brazos y cuerpo. Dos formas aparentemente divididas que luchan por fusionarse,
formando un bloque compacto. Es la idea más pura del beso. La tosquedad de la
obra es, precisamente, lo que conduce a pensar en el primitivismo que desprende
ese beso, en la pureza que hay en él, un sentimiento que parece atrapado entre
los brazos de los amantes. Me resulta inevitable pensar en El Banquete
de Platón, cuando Aristófanes habla de los antiguos seres que fueron divididos
por la cólera de Zeus. Eran los hombres, las mujeres y los andróginos, cada uno
con cuatro brazos, cuatro piernas, un cuerpo circular y dos fisionomías. El
temor de los dioses a que estos pudieran aumentar su poder hizo que quedaran
partidos por la mitad, condenados a buscarse eternamente para volver a unirse.
Quizás ese es el beso que nos enseña Brancusi, el de un ser que por fin ha
podido volver a religarse y ser uno.
René Magritte, Les amants, 1928
Este es uno de los cuadros que más quebraderos de cabeza ha traído
a los críticos y que, particularmente, más me ha perturbado. Poco debería
decirse de él, más que cuatro apuntes formales. Entendiendo que Magritte
trabaja en el puro Surrealismo, qué puede decir alguien de la obra si no está
dentro de la propia mente del artista. Lo primero que uno debe comprender al contemplar
Les amants es que no hay beso alguno, no hay boca a boca. Dejémonos,
pues, de amantes desconocidos, de amores trágicos y de secretismos y vayamos a
la vida de Magritte. En la biografía de un surrealista es donde suele
encontrarse la llama que enciende su obra. Con 14 años, el artista tuvo que ver
a su madre ahogada en el río Sambre, en su segundo intento de suicido, esta vez
logrado. El vestido le tapaba la cara. René Magritte negó hasta la saciedad
que su obra rememorara aquel hecho. Dalí también negaba haber amado a Lorca y
se murió con su nombre en los labios. ¿Quién puede entender a un surrealista?
Sea como fuere, los amantes de Magritte seguirán intrigando a las generaciones
venideras con un beso que ni siquiera es un beso.
Charlie W.
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