domingo, 26 de enero de 2014

¿Quién bloquea el diálogo artístico?

A principios de esta semana tuve la ocasión de visitar Art, dos punts, en el MACBA, siendo una exposición que guarda su otra mitad en el CaixaForum. La definen como una vivencia del arte contemporáneo en Barcelona. Yo aún me pregunto si realmente fue una experiencia válida o, como llevo meses pensando desde que la inauguraron, si es simplemente un conglomerado de obras sin linealidad alguna con la única pretensión de hacer caja. Cierto es que mi paso por allí fue realmente breve pero si tuvo algún uso es para dar lugar a la entrada de hoy que nada tiene que ver con mi crítica a la exposición en sí.

Una suerte fue encontrarme con una instalación de la que ya tenía alguna referencia y que en absoluto sabía que allí estaría. La obra en cuestión es La naturaleza de la ilusión visual, de Juan Muñoz.

Juan Muñoz
La naturaleza de la ilusión visual
1994 - 1997

En una gran sala en penumbra, cuatro personajes escultóricos colocados seguramente de forma estratégica se repartían por el espacio, iluminados de forma cenital, frente a una cortina que podríamos considerar como hiperrealista, es decir, pintada pero con una sensación de realidad terrible. Más allá de cualquier especulación sobre el significado de la obra, lo que debe destacarse de ella es el fuerte componente narrativo que Juan Muñoz le inyecta. Es esa teatralidad de la cortina junto con los asiáticos hombrecillos sonrientes lo que nos quiere contar algo. Y por ello me senté un momento a contemplar lo que pasaba.

Durante unos segundos, las esculturas, la cortina, un encargado del museo –al que aleatoriamente llamaré Mateo– y yo, compartimos un espacio y el instante previo a una historia. Pero fue en el momento en que entraron otros visitantes cuando empecé a percibir lo que había estado esperando. Cual espectadores, aquellos que acababan de entrar en la sala se mantenían a la expectativa de que algo sucediera. Supongo que la sensación de teatro que había en el lugar les hizo pensar que ellos debían esperar y no actuar. No sé si de forma intencionada, Mateo se avanzó hacia una de las esculturas y acto seguido, los allí presentes empezaron a moverse. Es decir, el hecho de que alguien inicie la interacción con la obra provoca que el grupo lo haga. Fue ahí cuando decidieron acercarse a contemplar a los componentes escultóricos. Incluso una de ellos se atrevió a tocar la aparente cortina para asegurarse de que era pintura y no tela.

Desde mi posición de voyeur me di cuenta de cómo funcionamos. La gente camina en los museos con una cierta indiferencia a lo que ve. Se topan con una instalación que derrocha escepticismo, espectáculo, magia –como el propio Juan Muñoz lo denominaba– y se mantienen impasibles. Es como si no fuera con ellos, como si la obra hubiera llegado allí y no ellos los que hubieran llegado a la obra. Ante sus ojos había un debate sobre lo que es real y lo que no. Incluso el propio ojo sufre en la sala una dualidad que obliga a creer y sospechar de él en un mismo instante. Se gesta un debate que lo inunda todo. La obra tiene el poder de golpear mientras grita: «¿Soy o no soy? ¿Existo? ¿Existes tú?». Y el público, por llamarlo de alguna forma, se queda ahí quieto.

¿Qué hubiera pasado si nuestro llamado Mateo no se hubiera movido de su posición? ¿Hay que contratar a Mateo para que acompañe a esta y a otras instalaciones y así la sociedad responda oportunamente a la obra? ¿Habrá Mateos infiltrados en los grupos de visitantes a museos para que se llegue a captar lo que el artista nos dice? Es terrible pensar que la dedicación de un artista como Juan Muñoz quede bloqueada por la impasibilidad del espectador a reaccionar a la instalación. Cada día estoy más convencido de que el público general es totalmente impasible. El miedo a la obra ya no existe. Hemos visto muchísimas cosas y somos capaces de atrevernos con todo. Si hay una razón por la cual ese grupo decidió que era la obra la que hacía algo cuando eran ellos los que debían hacer primero es porque estamos involucionando a una categoría de seres que se limitan a recibir y a no crear. La mente de los humanos se está empequeñeciendo. No es que el arte contemporáneo sea complicado, es que la sociedad contemporánea es demasiado fácil.


Charlie W.

2 comentarios:

  1. Soy un desastre, ¡al final me la perdí!

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    1. Creo que no valía mucho la pena, no te perdiste nada, a pesar de tener algunas obras buenas. Pero no había un planteamiento general.

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