domingo, 16 de febrero de 2014

El eterno debate entre el Kitsch y el Camp

¡Basta ya! Me enerva soberanamente el libre uso que se le lleva dando al término kitsch en los últimos años. Está más que claro que vivimos en el mundo de la desinformación y lo único que hace la sociedad es emponzoñar más la cultura cuando ya hace tiempo que le ha dado la espalda. Últimamente, digo que yo no soy médico y por ello no hablo de medicina. Pero como sí tengo una mínima idea de lo que es el arte, puedo atreverme a aclarar qué es lo que mal llaman Kitsch.

Partiendo de una base historicista –cosa que odio pero que me veo forzado a ejecutar– lo kitsch nace en Europa a lo largo de la era industrial, sobretodo hacia finales del siglo XIX. Los campesinos que se trasladaron a las ciudades empezaron a adquirir tiempo libre gracias, o no, a la jornada laboral. Y decidieron que debían disfrutar del ocio al que únicamente se había dedicado la gente de bien, los burgueses. Fue en esta necesidad de rellenar horas cuando la cultura empezó a degradarse. No critico al pueblo que pedía divertirse, pero su poca y reciente alfabetización provocaron que el arte se masificara, vaciándose de contenido y dedicándose al consumo.

Maxfield Parrish
The Dinky-Bird
1904
Por lo tanto, el Kitsch nace en una sociedad llana que busca colocarse al nivel de la clase alta pero sin tener que pasar por una educación artística. Surgen, pues, múltiples pintores que se dedican a mecanizar su obra para acercarla al pueblo y hacérsela comprensible. Además, los llamados “nuevos ricos” contribuyeron en potenciar este arte desprovisto de espíritu. Vaya, si nos remitimos al posible término iniciático, etwas verkitschen, viene a decir algo así como “sentimentalización”. De lo que se encargaba era de suprimir cualquier elemento profundo de la obra para transmutarlo en una simpleza comprensible. Como afirmaría Greenberg, era mucho más sencillo acceder a lo que Repin ilustraba con sus personajes a descubrir la espiritualidad de Picasso. El Kitsch se crea específicamente para ser kitsch. 


¿De dónde viene, entonces, todo aquello que llaman kitsch y no lo es? Del mismo pueblo que no era capaz de comprender un arte que iba más allá de la imagen. Con ese avance del consumismo y esa cultura de masas imperante, el término kitsch se banalizó –si no era ya banal en su nacimiento– y se empezó a denominar kitsch a todo aquello que a la sociedad le era apetecible. Desde las estampas de Alphonse Mucha a la música pop, pasando por el cine de John Waters, se ha pretendido meter años de cultura popular en el mismo saco kitsch, sin ser kitsch nada de lo que he nombrado.

Como muy bien definiría Susan Sontag, aquello que desprende por si sólo un aura de cultura popular y no nace, como el Kitsch, con esa pretensión, es el olvidado Camp. Ese es el término que se ha confundido y destruido. El Camp nace a raíz del objeto en sí. Mientras que Maxfield Parrish hacía un arte kitsch para que la sociedad comprendiera y aceptara su obra, Félicien Rops, terrible simbolista, no tenía ni idea de que su obra podría ser denominada como Camp cien años después de su creación.

Lámpara Tiffany
En una enumeración de elementos que configura la propia Susan Sontag, considero que hay uno que puede hacer más entendible este hecho: las lámparas Tiffany. La casa de joyería más preciada de los Estados Unidos se dedicó a elaborar unas lámparas refinadas y muy trabajadas a las que sólo podía acceder una clase adinerada. Y su imagen se ha vuelto tan popular que cualquiera puede adorar una de estas lámparas y querer llevársela a casa. Por eso pertenecen a lo Camp, porque acaban siendo parte de la cultura popular, pero no nacen en ella. Si las lámparas Tiffany fueran kitsch, como se las ha considerado junto a miles de cosas, los nuevos ciudadanos las podrían haber adquirido tiradas de precio en cualquier tienda de cualquier país europeo.

Myra Breckinridge, el teatro de Oscar Wilde, los flamencos rosas de jardín, Star Wars, la muerte de Laura Palmer, el toro de Osborne, una travesti, la Piedad de Bouguereau, Lola Flores, los vídeos virales de Youtube, Alaska haciendo de Bruja Avería, una camiseta de la Mona Lisa o la furgoneta Volkswagen. Absolutamente todo ello forma parte de lo Camp. Desprende por sí solo una esencia que nos llama, que en la pura imagen de ello ya sabemos que puede pertenecer a nosotros y que somos capaces de hacerlo nuestro.


Elizabeth Taylor en Cleopatra
Así pues, el único punto donde podríamos confundir el Kitsch con el Camp es en el artificio, en el efecto inmediato que provocan en el espectador, en esa forma fácil y sintética en la que nos llega, en lo predigerido. Pero, sin olvidar, que el Kitsch se crea para ello y el Camp surge solo. Su nexo se encuentra en el amor a lo exagerado.  Por tanto, ni el Kitsch es el Camp ni el Camp es el Kitsch, pero los dos podrían ser Elizabeth Taylor.







Charlie W.

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