domingo, 17 de noviembre de 2013

El precio del arte

El pasado 13 de noviembre saltaba la noticia: el tríptico en el que Francis Bacon había retratado a Lucian Freud (Tres estudios de Lucian Freud) se subastaba por más de 142 millones de dólares, un récord que la convierte en la sexta obra más cara de arte contemporáneo a día de hoy. No seré yo el que cuestione la obra de Bacon pero lo que sí vengo a poner en duda es su precio. ¿Es real el valor monetario que se le ha otorgado a esta obra o es tan sólo un producto más de la especulación?
 
Tres estudios de Lucian Freud
Francis Bacon
Vivimos en una época de la firma. Lejos queda una época dorada del arte contemporáneo en la que Peggy Guggenheim se paseaba por medio mundo comprando a diario obras tanto de artistas reconocidos como de anónimos emergentes. Ahora no interesa el arte sin nombre, no tiene valor. Sirviéndome de la estadística, ciencia que detesto por su terrible inexactitud, podría afirmar que el 99% de la población mundial únicamente conoce a los artistas más caros. Dejémoslo quizás en el 98%, no seamos tan negativos.

En un mundo controlado por el dinero –y sin tomar esta frase manida como algo peyorativo– la entrada en el mundo del arte de multinacionales y bancas ha hecho surgir la figura del coleccionista-especulador. Podríamos definirlo como aquel que se pavonea por las bienales, asiste a las exposiciones de la alta clase artística y se jacta de ser poseedor de obras de Pollock, Picasso, Warhol o Willem De Kooning. Con suerte sabrá diferenciar unos autores de otros. La obsesión por conseguir el mayor número de obras mejor cotizadas le convertirá en un fetichista. A su vez, jóvenes autores poco conocidos y quizás con buen talento serán capaces de montar una performance en la que asesinan a su madre si eso les lleva a venderle una obra.

Muchas veces, está imagen de “artólico” (concepto elaborado por el mayor de ellos, Charles Saatchi) es tan sólo un lienzo engañoso que se autoimponen para ocultar la realidad de esas compras estratosféricas. Invertir en arte contemporáneo supone una ayuda para que las grandes fortunas evadan el impuesto sobre el capital. Este arte no tiene un seguimiento tan riguroso como puede pasar con un arte más clásico y mucho más consolidado. El arte contemporáneo tiene la potestad de viajar por todo el mundo, inflando su precio mientras salta de país en país hasta que se le pierde la pista y un día reaparece con unas cifras estratosféricas. Ahí está el negocio. Estos coleccionistas revientan el mercado consiguiendo elevados beneficios y bloqueando una reventa por dotar a las obras de un precio incalculable.

Balloon dog (Orange)
Jeff Koons
Es complicado saber de donde surge el valor real pero Angela Vettese apunta cuatro requisitos en su ensayo El arte contemporáneo. Entre el negocio y el lenguaje. Para Angela, el precio de una obra se establece a partir de la rareza de esta, el interés que genera, la fama que adquiere y la comparación con otras del mismo autor o del mismo estilo. En base a esto, podemos entender, pues, que el precio del arte es totalmente aleatorio y se establece de una forma totalmente subjetiva. La Capilla Sixtina tiene un valor incalculable por la absoluta dedicación, el gasto de materiales, la precisión técnica y el diseño milimétrico que realizó Miguel Ángel. Pero una obra como Balloon dog (Orange) de Jeff Koons (vendida por más de 58 millones de dólares en la subasta anteriormente citada) tiene un precio en base a que el Pop Art se está volviendo a imponer y Koons es de los pocos que quedan vivos de entonces.

El mercado del arte contemporáneo está permitiendo que centenares de coleccionistas con un conocimiento artístico cuestionable jueguen a vender y comprar obras como si se tratara de una diversión. ¿Dónde queda la posibilidad de que el artista iniciático se haga ver? ¿Cómo puede llegar un enamorado del arte de clase media a adquirir una obra que vale una millonada? No estoy diciendo que estemos perdiendo al nuevo Dalí o que cualquiera pueda comprar una de las versiones de El grito de Munch. Siempre habrá un arte imperante y consolidado, un arte que deba tener un gran valor por su contribución en la Historia del Arte. Hasta el día de hoy, Los jugadores de cartas de Cézanne son la obra más cara jamás vendida, con un precio de más de 250 millones de dólares. Y quizás no sea su precio real, o sí, quién sabe.

Untitled #92
Cindy Sherman
Lo que pretendo decir es que hemos llegado al punto en que aceptamos la facilidad en que el arte es reproducible y no nos damos cuenta de que su precio es desorbitado. No es cabal que una fotografía de Cindy Sherman se subastara por más de dos millones de dólares cuando se pueden expedir infinitas copias de la misma. Por supuesto que el original debe tener un precio más elevado; el artista ha realizado un trabajo y se ve recompensado no únicamente con la aceptación del público, sino en su bolsillo. Pero si lo que pretendía la modernidad era crear un arte más cercano a la masa, siendo el grueso de la sociedad el protagonista del objeto artístico, esta se ve desplazada por la incapacidad de llegar a él, tanto en la creación como en la adquisición. Quizás, y digo quizás, artistas incipientes y público general deberían aprender a hacer una compra-venta que no pasara por las manos de instituciones, multinacionales, bancas y eufóricos coleccionistas. Quizás así conseguiríamos saber el precio real del arte.

Charlie W.



Os dejo el link a la noticia reseñada por El País de la subasta que trato en esta entrada.

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