domingo, 3 de noviembre de 2013

El terror en el arte

Podemos entender el terror como una sensación inevitable por la que todos los seres humanos pasan o han pasado ante cualquier amenaza, real o ficticia. El terror es aquello que descubrimos en el momento en que la consciencia llega a nosotros y se perturba. A lo largo de toda nuestra vida quedaremos marcados, por tanto, con este estigma. Al tiempo que nos impedirá enfrentarnos a determinados elementos, el terror también nos protegerá de sí mismo.

Así pues, los artistas, a lo largo de la Historia, han tenido intención de plasmar mediante su obra, los miedos más recónditos que se escondían en su subconsciente. O incluso utilizar el terror para atemorizar a la sociedad. Podemos remontarnos a las iglesias románicas y a esa intencionalidad adoctrinadora y terrorífica de los pantocrátores que desde la oscuridad parecían controlar al creyente. Avanzamos hasta Goya y descubrimos como plasmó el horror en forma de realidad, como supo extraer las barbaridades de una guerra y las imperfecciones de la mente humana para darlo a conocer al mundo, a su mundo. Y el quid de la cuestión estalla a finales del siglo XIX, con la llegada del Romanticismo y el Simbolismo, con un sujeto que se temía a sí mismo y con unas representaciones que recreaban, en ocasiones, pesadillas.

Pero como lo que aquí nos atañe es el arte contemporáneo, vamos a tratar de ver cual es la situación del terror en el punto actual. Si bien es cierto que la tradición ha colaborado en la creación de un arte que muestra los miedos del siglo XXI, las innovaciones técnicas han contribuido a que esta representación sea lo más verdadera posible para atemorizar al espectador. Para no crear una maraña artística, prefiero centrarme en dos grupos: el terror ficticio y el terror real.

Vasoline
Michael Hussar
Del primer grupo, del terror ficticio, diremos que es ese que bebe directamente del Simbolismo. Podríamos remontarnos a Carlos Schwabe, un pintor suizo-alemán que dedicó su obra a recrear seres, esencialmente mujeres, que podrían ser el resultado de una horrible noche de pesadillas. ¿Y a quién nos encontramos a día de hoy de forma equitativa? A artistas tan terribles como Michael Hussar. Con una intensidad tremendamente realista, Hussar pinta unos óleos que recrean personajes que podrían haber salido de un obsceno infierno dantesco. Es un artista visceral, violento incluso, que hace que los protagonistas de sus obras ataquen al espectador, que le generen una angustia y un rechazo abyecto. Rodeado por la sangre, el dolor, el contraste del blanco y el negro o la deformidad, Hussar crea unos seres únicos y escalofriantes. 


Snowflake
Scott Radke
Al mismo tiempo, en este grupo de terror ficticio, podemos encontrar a Scott Radke, creador de un mundo más surrealista y no tan macabro como Hussar. Es uno de los encargados de seguir en la línea de creación del conocidísimo Tim Burton. Las criaturas de ambos nos llevan a mundos irreales, fantásticos, que combinan lo terrorífico con la diversión. A diferencia de Hussar, Radke o Burton pretenden hacer que sus personajes sean más adorables que aborrecibles. Saben unir a la perfección una apariencia temible con una personalidad tierna. Tim Burton tiene la posibilidad de atraer al público gracias al cine, pero Scott Radke también es capaz de encandilar al espectador con una obra inerte.


Y en el otro sector, en ese terror real, nos encontramos un mundo seguramente más horrible que el primero. La pesadilla desaparece y nos topamos con algo verídico. Aquí ya no hay seres estrambóticos, ni juegos técnicos, ni ilusión. Lo que nos encontramos en el terror real son seres de carne y hueso, con alma. Reales, al fin y al cabo. Este terror nos muestra lo más bajo de la sociedad, la podredumbre humana, lo oscuro del mundo y su deterioro. Nos golpea con la culpabilidad de permitir el horror y nos impacta para que intentemos repararlo. Es un arte con un punto adoctrinador porque pretende remover el estómago del público bajo un clima de violencia y muerte.

A mediados del siglo pasado, los artistas se unieron para crear un arte que ilustrara lo que había pasado, en un intento de evitar una repetición del horror. Una práctica artística que se ha extendido desde entonces hasta nuestros días porque somos incapaces de pararnos a pensar un segundo por intentar cambiar algo. No podemos escuchar a Zoran Music, que después de vivir el exterminio nazi desde dentro, se dedicó a pintar cadáveres. Tampoco a artistas como Iri y Toshi Maruki, que recrearon los efectos de las bombas de Hiroshima en grandiosos paneles. No contemplaríamos su obra aunque nos la pusieran en la puerta de casa. Por miedo a la verdad. Incluso cuando contemplamos la obra de Francis Bacon, que parece más común y más cercana, no nos damos cuenta del grito del autor, de la necesidad de taladrar el cerebro y poner fin al terror real.

Es por ello que todavía se mantiene viva esta práctica artística. El contexto ha cambiado, pero no el concepto. Después del atentado de las Torres Gemelas, Jack Whitten creó un panel similar al anterior citado del desastre de Hiroshima. Pero dio un paso más y utilizó sangre, huesos y cenizas. Y pasó desapercibido. Como pasan desapercibidas las críticas del incontrolable Banksy, tan abucheado y a la vez tan necesario en su labor de llevar el arte y la realidad terrorífica al gran grupo de la sociedad. En última instancia, aunando las innovaciones técnicas con el contexto actual, os dejo con la obra de Regina José Galindo, una artista más en un mundo de autores que pretenden que la sociedad despierte. Espero que con este vídeo, su creación, por lo menos, se os abran los ojos.




Charlie W.

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